Nombre: Aradia DiAngelis LaCroix
Edad: 325 años.
Apariencia: Luce como una niña de catorce años. Cabello rubio, largo y liso, con un flequillo sobre su frente. Piel blanca y pálida, ojos azul oscuro. Mide alrededor de un metro y sesenta centímetros. Es menuda de espalda angosta. Si figura es la de una niña, sin curvas ni gran desarrollo femenino. Le gusta usar vestidos largos, preferentemente de color blanco o negro y una sombrilla a tono.
Personalidad: Callada y asustadiza. Le teme a todo lo que pueda dañarla. Le gusta mirar jugar a los niños humanos y trata de hacer amigos. Se frustra con facilidad y llora bastante. Tiene muchos cambios de humor, desde la ternura extrema a la ira sin límites.
Habilidades:Hasta el momento, la única habilidad de la cual está conciente, es su capacidad de aprender rápidamente. La descubrió mientras frecuentaba viejos teatros. Era capaz de memorizar las líneas de todos los personajes de una obra, con tan sólo haberla presenciado una vez. Lo mismo sucedía con la música y otras artes.
Debilidades: Su diminuto tamaño le juega en contra, ya que carece de la fuerza necesaria para defenderse, lo que la deja a merced de cualquier enemigo.
Historia: Nacida en el pequeño poblado viñatero de Pedemonte, Italia. Aradia era la hija única de un pastor de ovejas. Su madre murió de peste, siendo ella muy pequeña, por lo cual, se tuvo que hacer cargo de los quehaceres del hogar a muy corta edad.
No sabe bien que fue lo que ocurrió. Todo lo que recuerda es que un día de tormenta, alguién comenzó a golpear fuertemente la puerta de su casa. Su padre le gritó para que se escondiera en uno de los muebles que había en la cocina. Cerró sus ojos y luego escuchó la grave voz de un hombre que amenazaba a su padre. Las voces dejaron de sonar y el silencio fue roto por el ruido de un cuerpo caer al suelo.
La chica apretó sus ojos con fuerza, quería que todo terminara rápido, que el extraño se fuera y todo volviera a la normalidad. De pronto, sintió como su rostro era acariciado por una suave y fría mano; abrió los ojos y se encontró con él. La tomó entre sus brazos y la arropó con su capa.
Desde ese día, su vida cambió para siempre.